"Sus rasgos y su apostura no carecían de esa conveniente distinción que nos hace tolerar a las personas: Su acento no era molesto como el de algunos extranjeros -únicamente, su palidez cobraba, por momentos, unos tonos particularmente descoloridos, e incluso macilentos-; sus labios eran más delgados que una pincelada; siempre tenía el ceño un poco fruncido, incluso cuando sonreía."
Villiers de L'Isle Adam, El Convidado de las Últimas Fiestas.