Detective Conan, de Gosho Aoyama, es un manga realmente divertido. Lo mejor, no obstante, es cogerlo en pequeñas dosis, pues puede acabar resultando repetitivo... Además el autor, fan impenitente de las historias de detectives -he aquí un dato que nos debería poner sobre aviso: parece serlo de todas las historias de todos los detectives-, en sus intentos de innovar sobre la típica resolución final de la trama, peca de unos excesos de originalidad que pueden mover tanto a la sonrisa como a la mueca de disgusto.
Para que nos entendamos, la cosa se suele resumir en que el culpable ha usado una bizarrada de poleas, hilo de pescar y cables enganchados al picaporte de la entrada que va a usar la policía para hacer que su crimen parezca una cosa completamente distinta de lo que es...
Siguiendo con estos accesos de originalidad que hacen este cómic tan curioso, el detective es un niño, pero por una trama muy de manga... De las que hacen que te avergüences un poco al explicarle a tus familiares qué estás leyendo... En realidad no es un niño, sino un joven que se ha visto devuelto a una edad anterior y que debe sedar a un detective adulto amigo suyo para poder explicar el resultado de sus pesquisas.
Yo lo recomendaría como lectura ligera, que es como lo consumen los japoneses, de camino al trabajo en el metro, en esos tomos enormes de papel reciclado. Por cierto que allí este cómic es un superventas, con su serie de dibujos -que se ha llegado a emitir en España en canales digitales, y de hecho ahora puede ser vista, si no me equivoco, en la autonómica gallega y no se si en alguna más- y con 7 películas de estreno en cines que, bueno, no se como serán ni como podremos ustedes o yo verlas.
Y otra cosa más: Al crío este, entre otras cosas por ser un niño, no es que le suelan llamar para resolver ningún crimen. Va a los sitios y se los encuentra. Así, como la por otra parte encantadora Jessica Fletcher, solo que mucho peor y más gafe si cabe. A su paso resurgen venganzas con años de retraso o se realizan espeluznantes crímenes en amenos lugares de vacaciones o despreocupadas calles. Que es gafe el pobre niño, que se lo llegan a decir. Si lo ven bajarse de un autobús de turistas, corran.